“No era posible pasar por La Cocha sin visitar a mi viejo amigo. Un amigo de los años en flor; de los días en que no existía el tuyo y el mío”, escribía Carlos N. Caminos en la revista “Nosotros” de noviembre de 1941. El amigo en cuestión era el famoso literato y legislador socialista, doctor Mario Bravo.
Pensaba que lo encontraría rápidamente. Estaba lloviznando. Caminos entró a un bar y se sentó junto a la ventana. “Algunos empleados del ferrocarril jugaban al truco. No se por qué evoqué los emotivos versos de Mario: ‘Cansado de mirar en mis recuerdos/ y de ver siempre igual lo sucedido,/ me detuve al amparo de una sombra’… ¡Una caña tucumana y cigarros criollos!, reclamé. Bebí un largo trago y seguí recordando: ‘Pasaron los muchachos que volvían/ de la escuela cercana con sus libros…’ La lluvia continuaba cayendo, cada vez más espesa”.
Caminos pidió otra caña y se fue quedando dormido. Soñaba. “A poco, me desperté sobresaltado. Estaba anocheciendo. Un tape de chambergo guarapón se balanceaba frente a mí, con un látigo en la mano. ‘¿Usted es Rudecindo, el conductor de la galera?’; ‘Sí, señor’; ‘Y Mario ¿ha vuelto de la escuela?’; ‘No, señor. Hace tiempo que no viene. Mucho tiempo’; ‘Y usted ¿qué espera? ¿Por qué no apronta la mensajería?’; ‘Ya no manejo, señor. Hace cincuenta años que dejé’”.
Caminos preguntó: “¿Cómo cincuenta años? ¿Y los muchachos de la escuela, y el opa, y el boyero taciturno, y la diligencia, y todo lo que he visto desfilar hace un rato al cantar de la lluvia?”. La respuesta: “Habrá sido ilusión suya nomás, señor. ¡Imaginerías muy viejas! ¡Muy viejas! La caña tucumana es ‘juerte’ pa’ los forasteros”.